(1920 –2009)
Escritor uruguayo
Quizá
se debiera a la vieja costumbre de no reconocerse en público. Lo cierto es que
en el métro no se hablaron. De vez en cuando él la miraba y ella esbozaba una
sonrisa tristona y nada más. Era la complicada hora del cierre comercial. El
vagón iba repleto y había un olor agridulce, mezcla de sobaco y chanel. Igual
que en el 65.Fue un alivio llegar por fin a la estación Vaugirard. Él tomó la
valijita con la que ella había aparecido, dos horas antes, en la Gare de Lyon.
Ahora nevaba, y cómo ¿Compramos baguettes, gruyère y beaujolais? Sí, claro,
como siempre.
Así
no salimos a cenar.
Mejor.
La calle está asquerosa.
Por
lo menos en la mansarda hay calefacción.
Qué
bueno.
Hicieron
las compras. Agregaron gaulois y
fósforos para él; chocolate para ella. Ella cargó con los nuevos paquetes, y él
otra vez con la valija. Remontaron la rue Cambronne, del brazo y bien
apretaditos para protegerse de la nieve, pero caminando despacio para no
resbalar. En el hotelito de la rue Blomet, madame Benoitlos saludó con la
sonrisa afilada y distante de costumbre. A ella le tendió la mano y le dijo la
frasecita clásica: se alegraba de que la señora Méndez [madame Mandés] hubiera
llegado bien. Ella sonrió y balbuceó en respuesta otra amabilidad banal. Él
recogió su llave y subieron a la habitación. Era una mansarda con una sola
ventanita, en cuyo antepecho se juntaba la nieve. Cerca de la ventana había una
mesa y dos sillas. La cama doble tenía una colcha azul. En la pared, una
descolorida reproducción de Renoir. La sencillez era suficiente y acogedora.
No
pude conseguir la misma habitación. La 42 está ocupada.
No
importa. Es linda, y además hace calorcito.
Sin
embargo, ella no se quitó el abrigo. Estaba helada. Abrió la valijita y empezó
a sacar algunas prendas.
Él
abrió las puertas de un armario casi enano.
Te
dejé libre todo el lado derecho.
Ella
no contestó, pero empezó a acomodar su ropa en los estantes y perchas que él le
había adjudicado. Él fue hasta el lavabo, abrió la canilla y esperó que el agua
saliera caliente. Se lavó las manos. Luego se puso a deshacer los paquetes y
fue colocando los comestibles sobre la mesa. Descorchó la botella. Cortó cada
baguette en dos partes y fue distribuyendo las rebanadas de queso. Ella estaba
todavía acomodando sus cosas en el armarito cuando él se acercó por detrás y le
puso una mano en el hombro. Ella inclinó la cabeza hacia ese costado para
sentir el contacto de la mano. Entonces él la quiso abrazar.
Ahora
no. Tengo hambre.
Yo
también.
Ella
se lavó la cara. Después se acercó a la mesa. Durante un buen rato masticaron
en silencio.
Qué
banquete.
Debo
confesarte que ésta es mi cena de casi todas las noches.
Una
maravilla. Estaba muerta de hambre. En el ferrocarril comí poquísimo, me sentía
un poco mareada.
¿Y
ahora?
Ahora
no. El vino y el queso me devolvieron la vida.
Te
volvió el color a las mejillas. Estabas pálida. De hambre. Antes no comías con
tanto apetito.
¿Antes
aquí o antes Uruguay?
Ni
aquí ni allá. Siempre estabas inapetente.
Pues
ahora ya viste que no. Debe ser una especie de desquite. La verdad es que
cuando tuve que borrarme en el 72, pasé hambre. Hambre de veras.
Ya
lo sé. En el cuartel la comida era asquerosa. Nunca es exquisita la comida de
los perros, pero de todos modos era comida. Y bajé la barriga, además.
Sí,
se te ve muy en línea. Vos estás linda.
Bah.
No sé si linda. Tenés otra expresión. Como si ahora fueras más mujer.
Caramba.
Ella
empezó a juntar las cáscaras de queso en una bolsita de papel.
Y
vos ¿te sentís más hombre?
No
sé. En algún sentido, estoy conforme conmigo mismo, porque aguanté sin hablar,
sin delatara nadie. En aquellos días de mierda, aquello se convertía en una
obsesión. No hablar, sobre todo no hablar.
¿Y
te parece poco? Entre otras cosas, yo estoy aquí porque vos no hablaste.
¿Nada
más que por eso?
No.
Quiero decir que si hubieras hablado, y aunque yo estuviese borrada, habrían
tenido datos para llegar a mí. O para impedirme salir.
¿Nada
más que por eso estás aquí?
No
seas bobo. Bien sabés que estoy aquí porque quería verte.
Yo
también quería verte. Y quería que vos quisieras verme.
Uyuy,
qué difícil.
No
sé decirlo más sencillo.
Ella
suspiró.
Bueno,
aquí estamos.
En
el hotelito de la rue Blomet. ¿Quién iba a decir, en el 65, que íbamos a pasar
lo que pasamos?
Nadie.
¿Querés
que te diga una cosa? Yo creo que ni los milicos sabían.
¿No
sabían qué cosa?
Por
ejemplo: que podían ser tan inhumanos.
Quizá.
Pero lo más importante fue que nosotros no sabíamos. Qué ensalada de
abstracciones, ¿no te parece? Él le tomó una mano.
Me
parece. Pero ahora vos sos algo muy concreto y me gustás. Se acabaron las
abstracciones.
Ella
recuperó su sonrisa tristona.
También
Laura es algo muy concreto. Y te gusta. Vos sabés que no es un reproche.
También Oscar es algo igualmente concreto. Y me gusta. Son datos objetivos ¿no?
Sí,
claro.
¿Laura
sabe que nos íbamos a ver en París?
No
me atreví. Y te juro que no fue por falta de sinceridad. Pero se está
reponiendo muy de a poco. Lo de Chile fue para ella una segunda catástrofe.
¿Para
quién no?
¿Y
Oscar sabe?
Oscar
sí.
¿Cómo
lo tomó?
Bien.
Es decir, todo lo bien que se puede tomar una cosa así. Sabía que no podía
sentirse seguro de mi relación con él hasta que yo no volviera a verte.
¿Y
vos?
Quizá
me pase lo mismo.
Todos
estamos inseguros ¿no? Yo también. Tengo una buena relación con Laura. Pero
también la tuve contigo. No sé. Si vos y yo hubiéramos roto por algún conflicto
personal, por alguna gresca de pareja, sería distinto. Pero vos y yo éramos una
linda pareja ¿no?
Éramos
sí.
Vení.
Ambos
fueron sin tocarse hasta la cama. Cada uno se desvistió por su cuenta y dándose
la espalda.
¿Ya
estás?
Ya
estoy. Vení.
Lentamente
se dieron vuelta, como si fueran esclavos de una coreografía simétrica. También
como si estuvieran repitiendo un ritual antiguo. Quedaron frente a frente,
desnudos. Él la atrajo. Entonces ella se aflojó sin remedio. Abrazada al
hombre, empezó a sollozar, sin poderse contener, sin tratar de contenerse. Él
sentía cómo las lágrimas de ella le mojaban el pescuezo, los vellos del pecho.
Una lágrima más gorda que las otras se deslizó hasta su ombligo y allí se
detuvo. Él le acariciaba el cabello. A veces se lo echaba hacia atrás para
besarle las orejas. Ella seguía llorando, no se sabía bien si feliz o
desconsoladamente. Él bajó sus manos y acentuó su caricia. Casi insensiblemente
se fueron reclinando sobre la cama. De pronto él sintió que las lágrimas que
resbalaban por su cara también podían ser suyas. Estaba conmovido y deseoso.
Las manos de ella empezaron a recuperar aquel cuerpo que era su vicio conocido,
su complementario. Y de a poco los sollozos se fueron transformando en otra
cosa.
Ambos
están todavía acostados. Él fuma, ella come su chocolate. La mano libre del
hombre se posa sobre el vientre de ella.
Cómo
nos jodieron.
Sí.
Nos
rompieron.
Sí.
Nos
partieron en dos.
Sí.
¿Estás
decidida?
Estoy.
Yo
no sé, no sé.
¿Por
qué?
No
quisiera hacerle mal a Laura. Pero tampoco quiero joderme yo.
Estás
jodido. Estoy jodida. Tenemos que entenderlo de una vez por todas. También
están jodidos Oscar y Laura. Nunca nos tendrán del todo. Pero si vos y yo nos
volviéramos a juntar, ellos no podrían vivir, porque son mucho más débiles que
vos y yo. Y en esa situación, nosotros no la pasaríamos bien.¿Es así o te
conozco mal?
Me
conocés bien.
La
mano de él descendió un corto tramo y se detuvo, tibia.
Va
a ser difícil ¿no?
Sobre
todo desde hoy. La mano de ella cubrió la mano de él.
Nos
partieron en dos.
Más
que eso -dijo ella-, nos partieron en pedacitos.